Envidiamos a los norteamericanos. Sí, reconozcámoslo, los vemos superiores a nosotros. Nos parecen únicos, especiales y superiores.
Ellos ganan cientos de medallas en cada olimpiada, con los mejores atletas. Tienen el mejor cine, los mejores actores y los mejores músicos y cantantes.
Celebran elecciones al gobierno y todo el mundo está pendiente al resultado. Sus calles lucen patrióticas banderas en cada esquina y todos se saben el himno mejor que sus propios nombres.
Estados unidos es el centro del mundo, nos guste o no.
La pregunta es por qué los vemos así y la respuesta es fácil: por su optimismo.
Los Estados Unidos de América son un pueblo joven y, por tanto, confiado y temerario. No tienen el recorrido de Europa, con lo que no arrastran su historia; sus guerras, sus penurias, sus etapas oscuras…
El europeo es receloso, temeroso y a la vez pesimista. La historia de Europa ha vivido mucho dolor y ese estigma corre por nuestra sangre. Conocemos el miedo; lo tememos y lo respetamos. Pero sobre todo, por la historia que nos precede, conocemos nuestros riesgos y actuamos o dejamos de actuar en consecuencia. En resumen; por conocimiento del pasado vivimos el presente temiendo al futuro. Somos claramente pesimistas.
El norteamericano, por el contrario, no conoce esa sensación. Ellos son como niños: arrojados y orgullosos. No conocen realmente el miedo, no desconfían de los que les rodean y sienten la fuerza del grupo. Y eso los hace fuertes. Viven el presente sin pensar en el pasado y tienen mucha esperanza en el futuro. Son en base optimistas.
El optimismo y el orgullo americano siempre están presentes y son ellos mismos los primeros que se sienten superiores. Un ejemplo muy simple es el siguiente: cuando un europeo visita cualquier país de habla diferente a la suya, hace lo posible por hablar un poco esa lengua y lograr así ser entendido por los lugareños. El americano por el contrario, no hace el más mínimo esfuerzo por hacerse entender y da por hecho que los lugareños deberían hablar su idioma.
Esta forma de ser, esta forma de ver las cosas, nos resulta repelente pero a ellos les vale para vivir en ”su mundo” y ser muy felices. Hay gente que cree en dios simplemente para sentirse protegidos. Los norteamericanos creen en sí mismos para sentirse únicos y superiores. Y no es que lo sean, ni mucho menos, pero la mente es el más fuerte de los órganos del cuerpo humano.
Ellos ganan cientos de medallas en cada olimpiada, con los mejores atletas. Tienen el mejor cine, los mejores actores y los mejores músicos y cantantes.
Celebran elecciones al gobierno y todo el mundo está pendiente al resultado. Sus calles lucen patrióticas banderas en cada esquina y todos se saben el himno mejor que sus propios nombres.
Estados unidos es el centro del mundo, nos guste o no.
La pregunta es por qué los vemos así y la respuesta es fácil: por su optimismo.
Los Estados Unidos de América son un pueblo joven y, por tanto, confiado y temerario. No tienen el recorrido de Europa, con lo que no arrastran su historia; sus guerras, sus penurias, sus etapas oscuras…
El europeo es receloso, temeroso y a la vez pesimista. La historia de Europa ha vivido mucho dolor y ese estigma corre por nuestra sangre. Conocemos el miedo; lo tememos y lo respetamos. Pero sobre todo, por la historia que nos precede, conocemos nuestros riesgos y actuamos o dejamos de actuar en consecuencia. En resumen; por conocimiento del pasado vivimos el presente temiendo al futuro. Somos claramente pesimistas.
El norteamericano, por el contrario, no conoce esa sensación. Ellos son como niños: arrojados y orgullosos. No conocen realmente el miedo, no desconfían de los que les rodean y sienten la fuerza del grupo. Y eso los hace fuertes. Viven el presente sin pensar en el pasado y tienen mucha esperanza en el futuro. Son en base optimistas.
El optimismo y el orgullo americano siempre están presentes y son ellos mismos los primeros que se sienten superiores. Un ejemplo muy simple es el siguiente: cuando un europeo visita cualquier país de habla diferente a la suya, hace lo posible por hablar un poco esa lengua y lograr así ser entendido por los lugareños. El americano por el contrario, no hace el más mínimo esfuerzo por hacerse entender y da por hecho que los lugareños deberían hablar su idioma.
Esta forma de ser, esta forma de ver las cosas, nos resulta repelente pero a ellos les vale para vivir en ”su mundo” y ser muy felices. Hay gente que cree en dios simplemente para sentirse protegidos. Los norteamericanos creen en sí mismos para sentirse únicos y superiores. Y no es que lo sean, ni mucho menos, pero la mente es el más fuerte de los órganos del cuerpo humano.
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